El sesgo egocéntrico es la tendencia a confiar demasiado en la propia perspectiva y/o tener una opinión más elevada de uno mismo que de la realidad. Parece ser el resultado de la necesidad psicológica de satisfacer el propio ego y ser ventajoso para la consolidación de la memoria.
Las investigaciones han demostrado que las experiencias, ideas y creencias se recuerdan más fácilmente cuando coinciden con las propias, lo que provoca una perspectiva egocéntrica. Michael Ross y Fiore Sicoly identificaron por primera vez este sesgo cognitivo en su artículo de 1979, «Egocentric biases in availability and attribution» (Sesgos egocéntricos en la disponibilidad y la atribución)
La mayoría de los psicólogos se refieren al sesgo egocéntrico como un término general bajo el que se incluyen otros fenómenos relacionados.
Los efectos del sesgo egocéntrico pueden variar en función de las características personales, como la edad y el número de idiomas que se habla. Hasta ahora, se han realizado muchos estudios centrados en las implicaciones específicas del sesgo egocéntrico en diferentes contextos. Las investigaciones sobre las tareas de colaboración en grupo han destacado que las personas ven sus propias contribuciones de forma diferente a como ven las de los demás.
Otras áreas de investigación se han dirigido a estudiar cómo los pacientes de salud mental muestran el sesgo egocéntrico, y a la relación entre el sesgo egocéntrico y la distribución de los votantes. Este tipo de estudios en torno al sesgo egocéntrico suelen incluir cuestionarios escritos o verbales, basados en la vida personal del sujeto o en su decisión en diversos escenarios hipotéticos.
Historia del sesgo egocéntrico
El término «sesgo egocéntrico» fue acuñado por primera vez en 1980 por Anthony Greenwald, psicólogo de la Universidad Estatal de Ohio, y lo describió como un fenómeno en el que las personas sesgan sus creencias de modo que lo que recuerdan de su memoria o lo que entendieron inicialmente es diferente de lo que realmente ocurrió.
Cita las investigaciones de Rogers, Kuiper y Kirker, que explican que el efecto de autorreferencia es la capacidad de las personas de recordar mejor la información si piensan en cómo les afectará ésta durante el proceso de codificación (grabación de los recuerdos en su cerebro).
Greenwald sostiene que el efecto de autorreferencia hace que las personas exageren su papel en una situación. Además, la información se codifica mejor, y por tanto es más probable que las personas sufran el sesgo egocéntrico, si producen la información de forma activa y no pasiva, como por ejemplo teniendo un papel directo en el resultado de una situación.
El sesgo egocéntrico se produce cuando las personas no consideran las situaciones desde la perspectiva de otras personas. Ha influido en los juicios éticos hasta el punto de que la gente no sólo cree que los resultados con interés propio son preferibles, sino que también son la forma moralmente correcta de proceder.
Las personas están más inclinadas a ser conscientes de sus propios comportamientos, ya que pueden utilizar sus pensamientos y emociones para obtener más información sobre sí mismas. Estos pensamientos y emociones pueden afectar a la forma en que las personas se ven a sí mismas en relación con los demás en situaciones específicas. Un ejemplo común se produce cuando se pide a las personas que expliquen cuánto crédito debe darse a cada persona en un proyecto de colaboración.
Daniel Schacter, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, considera que el sesgo egocéntrico es uno de los «siete pecados» de la memoria y refleja esencialmente el papel destacado que desempeña el yo cuando se codifican y recuperan los recuerdos episódicos. Por ello, las personas suelen considerar que sus contribuciones a un proyecto de colaboración son mayores que las de otros miembros, ya que tienden a centrarse más en lo que han hecho ellos.
En el contexto social, el sesgo egocéntrico influye en las personas para elegir un círculo social que sea capaz de mantener los rasgos positivos de uno. Los estudios demuestran que la elección de un amigo o de un círculo social depende probablemente de la cantidad de comentarios positivos recibidos.
¿Cuál es la causa de este sesgo?
Las causas y motivaciones del sesgo egocéntrico fueron investigadas en un artículo de 1983 por Brian Mullen, de la Universidad Estatal de Murray. Inspirado en el estudio de Ross et al. que demostraba el efecto de falso consenso, el artículo de Mullen se centraba en la sobreestimación del consenso. Mullen analizó el programa de televisión de la NBC «Juega a los porcentajes» para determinar si el sesgo egocéntrico tenía su origen en una distorsión perceptiva y no intencionada de la realidad frente a una motivación consciente e intencionada para parecer normalizado.
Los sujetos de este análisis fueron los concursantes del programa, un matrimonio de clase media de 20 a 30 años con una distribución equitativa de sexos. Al comienzo de cada programa, se planteaban al público del estudio varias preguntas de trivialidades, y se registraba el porcentaje de respuestas correctas para su posterior uso en el juego. Durante cada ronda del juego, los concursantes opuestos estimaban el porcentaje de respuestas correctas.
El concursante que tenía una estimación más cercana ganaba el porcentaje de respuesta correcta como puntuación, y luego, si respondía correctamente a dicha pregunta del trivial, ganaba el porcentaje restante para un máximo posible de 100 puntos. La primera pareja en ganar 300 puntos recibía un premio en metálico, con la posibilidad de ganar más premios en las rondas de bonificación. De este modo, el programa incentivaba la estimación imparcial del consenso.
El análisis estadístico de los datos recogidos mostró que el «sesgo egocéntrico del falso consenso se observó a pesar del potente incentivo para las estimaciones imparciales del consenso«. Este análisis apoya en última instancia la hipótesis de que el sesgo egocéntrico es el resultado de una distorsión perceptiva no intencionada de la realidad, más que una motivación consciente e intencionada para parecer normalizado[.
Desde un punto de vista psicológico, parece que los recuerdos se almacenan en el cerebro de forma egocéntrica: el papel de uno mismo se magnifica en las experiencias propias para hacerlas más relevantes personalmente y, por tanto, más fáciles de recordar. Por tanto, los recuerdos de la primera infancia pueden ser más difíciles de recordar, ya que el sentido del yo está menos desarrollado, por lo que los recuerdos antiguos no se relacionan con uno mismo con tanta fuerza como los más recientes.
Además, el sesgo egocéntrico puede haber evolucionado desde la época de los cazadores-recolectores, en la que las comunidades eran lo suficientemente pequeñas e interdependientes como para que los individuos pudieran suponer que los demás a su alrededor tenían puntos de vista muy similares. Una visión egocéntrica habría reducido la carga cognitiva y aumentado la eficacia de la comunicación.
¿Cómo nos afecta el sesgo egocéntrico?
El sesgo egocéntrico puede llevar a la devaluación de las contribuciones de los compañeros y a la amplificación del propio trabajo cuando se está en un entorno de colaboración. Por ejemplo, cuando se ha pedido a los miembros del grupo que informen del porcentaje de la producción que han creado, el total ha sido superior al 100%.
Por lo general, los individuos son más capaces de recordar sus contribuciones personales y, por tanto, las consideran mayores o más importantes. Esto se aplica tanto a las aportaciones positivas como a las negativas: en un estudio de parejas casadas, cada uno de los cónyuges se calificó a sí mismo como más responsable de las actividades útiles (limpieza) y de las detractoras (provocar discusiones).
Las investigaciones han demostrado que los sentimientos de los hermanos cuidadores y de sus hermanos dependen del contacto entre ellos y de sus sentimientos de cercanía. Cada uno de estos dos grupos creía que sus hermanos contribuían menos a las necesidades de su familia que ellos mismos, y se resistían más a aumentar este tipo de aportaciones. Cuanto más cerca estaban los hermanos entre sí, medido a través de la observación y los autoinformes, menor era el grado de sesgo egocéntrico que sentían al informar sobre la contribución de cada hermano.
Una demostración demasiado exagerada o extremadamente baja de sesgo egocéntrico podría ser un indicador de enfermedad mental. Las personas con ansiedad tienden a verse a sí mismas como el centro de todos los acontecimientos que les rodean, independientemente de su naturaleza o de lo poco relacionados que estén con uno mismo.
Por otro lado, las personas que sufren depresión pueden tener una menor tendencia al egocentrismo, como demuestra el hecho de que tienden a valorar de forma más realista sus aportaciones al trabajo en grupo, mientras que los participantes no deprimidos suelen exagerar sus incorporaciones.
También se ha demostrado que el sesgo egocéntrico contribuye a la decisión de los ciudadanos de votar en las elecciones. En primer lugar, las personas tienden a considerar su elección personal entre el voto y la abstinencia como un reflejo de quienes apoyan a los mismos candidatos y temas. En segundo lugar, aunque cada voto individual tiene muy poco poder en las elecciones a gran escala, los que votan sobrestiman la importancia de su voto. Además, los ciudadanos demuestran un sesgo egocéntrico, junto con el efecto de falso consenso, en sus predicciones de los resultados electorales.
Un estudio que examinó las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008 descubrió que cuanto más favorece la gente a un determinado candidato, más estima la probabilidad de que ese candidato gane las elecciones. Por ejemplo, los que preferían fuertemente a Barack Obama predijeron que tenía un 65% de posibilidades de convertirse en presidente, mientras que los que preferían a otro candidato se aproximaron a que sólo tenía un 40% de posibilidades de victoria.